Arrastra todo lo malo
Hay olores que despiertan en nosotros un extraño placer. Nos cautivan, y a la vez se hienden en nuestra memoria como un enclave que despierta en nosotros agradables sensaciones.
El olor de la hierba recién cortada, las sábanas limpias, el cloro de la piscina en verano, el chocolate que nos preparaba nuestra abuela o el olor de nuestros lápices nuevos cuando empezábamos el colegio, son rincones privilegiados donde esas fragancias se entremezclan a menudo con gratos recuerdos.
El sonido de la lluvia no necesita traducción
Lamentablemente, algo que todos sabemos es que el efecto de la contaminación a día de hoy deja huérfanas a muchas personas de este regalo vital de la Naturaleza. Un presente que, por extraño que nos parezca, tiene también el poder de “despertarnos”, de arrancarnos de nuestros letargos y de los cubículos de nuestras rutinas para invitarnos, simplemente, a relajarnos con un paseo después de la lluvia.
A su vez, y como dato curioso, muchas personas con un alto nivel de ansiedad pueden hallar cierto descanso sensorial con el efecto de la lluvia. El sonido de las gotas al caer genera un “ruido blanco”, ese sonido constante y de ondas sonoras apaciguadoras que para muchos, es algo verdaderamente terapéutico.
De hecho, existe un estudio donde avala cómo el estímulo sonoro de la lluvia reduce hasta en un 23% la agitación de los ancianos en las residencias. No solo esa sonoridad regular apacigua la inquietud, sino que además abre la puerta a muchos de nuestros recuerdos.
Permite que pasen a nuestras consciencias esos instantes vividos con olor a infancia, con la fragancia casi salvaje de esa tormenta de verano donde corríamos después de una tarde en la feria o de una noche en la playa. Por tanto, la lluvia también es hermosa y, por curioso que parezca, también cura, también alivia y nos invita a conciliarnos con la tierra que pisamos.
Ya lo sabes, cuando llueva abre las ventanas, deja que fluya el oxígeno, que salgan las viejas energías y entren las nuevas con la lluvia.