Los niños crecen
Me pregunto en qué momento pasó todo rápido, sin que yo me diera cuenta. Vienen a mi mente, los más hermosos recuerdos de mi vida. Sean logros o fracasos, sacan a relucir el brillo de mis todavía enamorados ojos.
Vuelvo a mirarte. Ese futuro por el que tanto luché parece que se consume. Pero aún queda un largo resto. Es que, sin lugar a dudas, creciste. Cambiaste en todos los sentidos. Satisfacción y orgullo bajan con destino a mi pecho como estrellas fugaces que laten a mil por hora.
“Disfruta, el tiempo pasa volando, los niños crecen muy rápido”, me repetían casi a diario. Con una dolorosa insistencia. Aun así yo no me lo podía creer, me negaba a creerlo o simplemente no me lo tomaba en serio. Pero sin dudas, la profecía se cumplió: creciste en un abrir y cerrar de ojos.
Pero cuento con la fortuna de haber disfrutado al máximo de tu tierna infancia. Es que conforme pasaba el tiempo, más me aferraba a tu dulzura e inocencia. Me alimentaba de la magia de tus ojos, de tu imaginación.
¡Qué manera de aprovechar el tiempo!. Te cogí todo lo que pude, pues te tuve todo el día en brazos, todos los días. Siempre pegado a mí. Te miraba, obnubilada, mientras te alimentaba. Te llené de abrazos y de besos. Miraba cómo un ángel usurpaba mi hogar cada vez que dormías.
Sentía que los minutos duraban una eternidad, como si el tiempo quedase congelado para ti y para mí. Cada uno de nuestros días parecía durar para siempre. Yo sentía que el tiempo jamás podría pasar volando a tu lado en nuestra idílica y soñada vida. Parecía que se detenía a mirar la perfección de un amor puro e incondicional.
Pensaba y me convencía de que definitivamente el tiempo no podía pasar volando. Creía que este maravilloso momento podría ser eterno, inmortal, inagotable. Lo que nunca consideré es que, en realidad, ningún reloj marcaría tanto el paso del tiempo como tú.
Sí, me equivoqué. Simplemente al despertar tras una de esas noches agitadas, todo había cambiado a mi alrededor. Ya no pedías brazos, sino libertad. Habías cambiado el biberón por la vajilla que compartías con nosotros. Corrías, atolondrado, por todos lados. Abandonaste los balbuceos por las primeras palabras.
Y un día despiertas…
Compartir juegos, risas, frustraciones, llantos, alegrías y aburrimientos, aprendizajes y momentos de crecimiento. Compartir el día y la noche, abrazos y caricias, consuelos y diálogos y en definitiva hacerles partícipes de nuestras vidas, siendo nosotros partícipes de las suyas.
( Los textos son de autor desconocido, fueron copiados y recontados por Adonis)