Abre las ventanas
Del cielo vienen la luz y el calor del Sol que hacen posible la vida en la Tierra, pero también el agua que fecundará el suelo. Todo parece cambiar tras la lluvia, incluso los seres humanos se sienten renovados.
El simbolismo de la lluvia se relaciona con el del agua y presenta características femeninas. Tiene el don de nutrir y también el de purificar. Por eso dentro del cristianismo el primer rito es el bautismo. Y es claro que la lluvia limpia lo que toca.
La lluvia es un don indirecto del sol. Para que llueva el aire debe ascender primero y luego enfriarse, de modo que ya no pueda retener el agua en forma de vapor. Y ese ascenso sería imposible sin el calor solar. Cada día, un billón de toneladas de agua se evaporan de los océanos y otro billón se precipitan en forma de lluvia, nieve o rocío. Esa cifra equivale a la décima parte del volumen total de agua que los vientos desplazan por el aire.
Por tanto, la atmósfera tarda unos diez días en reemplazar su contenido en agua. Al cabo de un año, la capa de agua evaporada de los océanos alcanzaría un metro de espesor si no retornase a ellos por diversos cauces. Gracias a ese proceso el agua dulce renueva su pureza en nuestro planeta desde el origen de los tiempos.
El hecho de que la lluvia caiga del cielo y garantice la continuidad de la vida ha sido visto por el ser humano a lo largo de la historia como un regalo celestial.
El misterio no se agota con una explicación meramente física. Hay aspectos psicológicos y espirituales que no pueden negarse. Dentro de la concepción física y metafísica de la realidad que han sustentado la mayoría de civilizaciones, el ser humano se sitúa entre dos polos a los que de modo sintético se denomina Cielo y Tierra.