Dos formas de ver la vida
Quejarse es un hábito que aprendemos muy rápido. Desde pequeños, cuando algo no nos gusta o no cumple con nuestras expectativas nos quejamos hasta tal punto que nuestros padres, hermanos, abuelos o amigos nos pueden llegar a llamar “quejicas”.
Nuestro cerebro está educado para detectar el peligro ante cualquier cosa. Es decir, estamos naturalmente programados para evaluar los riesgos y eso nos ha mantenido vivos como especie. Lo que ocurre es que por diversos factores, hoy en día nuestros cerebros llevan eso al extremo y vemos peligros donde no los hay.
“La queja nos debilita, mientras me quejo no estoy haciendo nada para cambiar la situación. Nos quejamos de los políticos, de la gente que opina por la tele lo contrario que nosotros, de la pareja, del tiempo, etc. Y el problema es que la queja no se queda ahí, la queja debilita” “es un desahogo momentáneo que, en realidad, nos quita poder, nos roba muchísima energía”.
En un primer momento, las quejas pueden tener un componente positivo porque facilitan que la persona exprese, algo que sirve de desahogo emocional y de alivio al expresar su molestia. Quejarse puede ayudar a la persona a ser consciente del asunto que le preocupa y elaborar un plan de cambio para solucionarlo. El problema está cuando la persona tiene ya arraigado el hábito de quejarse y no se ocupa de buscar soluciones sino que se acomoda en una posición de víctima constante, algo habitual en las personas que sufren depresión. No solo la depresión influye en que una persona se queje continuamente, también la ansiedad y el estrés aumentan el nivel de irritabilidad de la persona.
Consecuencias de la queja
– La queja solo sirve para hacernos sentir mal. Cuanto más nos quejamos, más centramos nuestra atención en los aspectos negativos que nos desagradan, obviando aquellos aspectos positivos. Amplificamos nuestro malestar y además, la queja tiene un ligero componente adictivo. Cuanto más nos quejamos, más necesitamos quejarnos una y otra vez sobre el mismo tema. Entramos en un bucle negativo que solo nos lleva a sentirnos peor.
– Instalarnos en la queja continua nos impide resolver problemas. Las personas que se quejan continuamente se quedan estancadas en la primera fase del proceso de solución de problemas y no avanzan. Son incapaces de ver otros puntos de vista, de evaluar diferentes alternativas para solucionarlo y de llevar a cabo un plan de acción.
– La queja continua nos aleja de los demás. Las personas que se quejan continuamente suelen recurrir a sus amigos, familiares y compañeros para desahogarse y volcar en ellos la negatividad de sus quejas. Inicialmente, la gente de su entorno les escucha, les apoya, les ayuda a buscar soluciones… Con el paso del tiempo nadie quiere estar escuchando quejas. Entonces, aunque al principio las personas que se quejan tienen mucho apoyo de los demás, a la larga son personas que se quedan solas. La queja también nos aleja de los demás porque cuando nos quejamos del comportamiento de otras personas nos enfadamos más y nosotros mismos evitamos estar con otros. Nos volvemos más intransigentes, menos tolerantes con los errores y nos cuesta más perdonar.
– Si nos quejamos continuamente, nuestros hijos lo aprenderán. Crecerán con una visión negativa del mundo que les rodea y eso les causará infelicidad.
¿Cómo salir de la queja?
“Coger papel y lápiz y escribir nuestra queja nos ayudará a verlo con perspectiva para, a continuación, esforzarnos por buscar las excepciones y escribirlas: ¿qué cosas sí me gustan de esta situación?, ¿qué aspectos positivos tiene? Ir anotando las cosas positivas nos ayudará a ser más objetivos y no entrar en el bucle de la queja. Si queremos desahogarnos con alguien, podemos buscar a una persona optimista que nos ayude a ver otros puntos de vista que nosotros no vemos. Pedirle a otra persona que nos ayude a buscar lo positivo pero tratar de no centralizar las conversaciones con los demás con nuestras quejas”
“Funciona algo tan sencillo como tener una pulsera y cambiarla de mano cada vez que nos demos cuenta de que nos hemos quejado. Ocurre que, cuando te das cuenta de que te has cambiado la pulsera muchas veces en una mañana, tomas conciencia de cómo estás viviendo tus días”. Otra manera de acabar con tus quejas pasa por ponernos una goma en la muñeca. El ejercicio consiste en que, cada vez que nos quejemos, tiramos de la goma y soltarla para que golpee nuestra muñeca.“De esta forma, no solo estamos llamando la atención del daño físico que nos hace quejarnos, sino que debemos reflexionar que el daño emocional que nos estamos haciendo es mucho mayor.
“Un buen ejercicio familiar es tener conversaciones con nuestra familia sobre las cosas que tenemos que agradecer en nuestro día a día y hablar sobre la suerte que tenemos”.
( Los textos son de autor desconocido, fueron copiados y recontados por Adonis)