El tono de voz
Así anunciamos nuestra llegada al mundo: con un grito. Después, gritamos muchas veces en la vida. Lo hacemos cuando algo nos sorprende o nos asusta. También cuando la felicidad nos desborda o cuando la desesperación no cabe en el pecho. Y, por supuesto, aprendemos a gritar para imponernos, para agredir a otros, para intimidarlos.
Al revés el silencio llama a la relajación, el grito es una expresión destinada a poner en alerta. A veces sobre algo positivo, pero casi siempre sobre un hecho poco agradable. Un grito expresa descontrol, desbordamiento de las emociones. Levantar la voz es un recurso al que casi siempre quienes están más interesados en “hacerse oír” que en escuchar al otro.
Gritamos al comienzo de nuestra vida porque es la única forma de plantarnos en el mundo como alguien que existe y que necesita de los demás. Queremos que los otros detengan algún sufrimiento que estamos experimentando. Sentimos frío y queremos ser cobijados. O sentimos hambre y necesitamos que nos alimenten. El grito es, ante todo, una expresión de la necesidad que tenemos de que otros reconozcan nuestras carencias y las atiendan.
Si pudiera decirse, bastaría con organizar una frase y comunicarla. Pero en este caso, la persona no puede establecer del todo la naturaleza ni el alcance de su necesidad. Por eso grita, para dejar en claro que hay algo más allá de las simples palabras.
Se grita porque no se encuentra, o no se quiere encontrar, otra manera de expresar lo que se siente o lo que se desea. En circunstancias felices, el grito es liberador. Permite dar rienda suelta a un sentimiento, sin una razón diferente a la satisfacción de expresarlo. Ahí gritamos para hacer catarsis, para quitarle el tapón a una presión, sin agredir a otros. El ejemplo típico de ello es el gol, ese momento único en donde hay un grito de júbilo casi siempre compartido.
En cualquier caso, el grito en lugar de aclarar la comunicación, lo que consigue es romperla. Quien grita hace notar el tono de su voz, mucho más que el mensaje que quiere transmitir. Lo que comunica, más bien, es que alguien está a punto de perder el control por completo y que el otro debe medir sus acciones antes de continuar. En este caso, el grito cumple una función de anular al otro. Nace del miedo y de la carencia, pero su efecto es llenar ese vacío por la vía de la imposición.
(Los textos son de autor desconocido, fueron copiados y recontados por Adonis)