VIVIR DEPRISA

No puede controlarse todo

Vivir de prisa casi es no vivir. El contacto que tienes con cada experiencia es mínimo, casi como si no la vivieras. Apenas te queda tiempo para saborear cada vivencia. La rapidez más bien te lleva a eludir, a pasar por una situación sin realmente pasar
Cuando vives a alta velocidad, difícilmente encuentras tiempo para pensar. No hay lugar para que te detengas a reflexionar sobre lo que estás haciendo o en la que estás viviendo. Simplemente tienes que pedalear más rápido, tratando de alcanzar ese segundo inmediato, para que no se pierda.
Tienes que detenerte de vez en cuando.
Y si no puedes… Tal vez nunca sea fácil
Darse un descanso, baja la velocidad.
Cierra los ojos, toma aliento del viento.
Mira hacia atrás…no para lamentar
 solo para darte cuenta de todo el camino que has recorrido.
Tienes que detenerte de vez en cuando.
Olvidarte de todo y de todos.
Tienes que parar de vez en cuando
y retomar el sueño de donde lo habías dejado.
O tal vez abandonado o perdido.
Empieza de nuevo allí.
Anda con el alma despeinada.
Tómate el tiempo que necesites
Y, ya que estás ahí…
Toma también un poco de felicidad
y ponla delante de los ojos.
Mira lo que te estabas perdiendo.
Ten la certeza de existir y de saber escucharte
Amándote en voz baja.
Paseos por dentro donde otros no saben llegar.
Agárrate fuerte.
No hay nadie capaz de enseñarte eso.
No hay nadie mejor que tú a saber hacer eso.

Nos cuesta aprender la lección

Necesitamos de vez en cuando, o durante periodos más largos, encontrar un ambiente donde predomine la calma para que nuestro organismo descanse y se renueve. Hay también un apaciguamiento psicológico, un estado que evita o mantiene a raya la agitación mental que impide a la postre pensar con claridad.

Nos cuesta aprender la lección de que tras la noche llega el alba y nos aferramos al miedo ante lo desconocido, a lo que el futuro pueda depararnos. Y esa inquietud impide justamente vivir y disfrutar el presente.

El miedo reside en la imaginación. Como cuando éramos niños y en la oscuridad de la habitación creíamos escuchar ruidos misteriosos o vislumbrar sombras fantasmales en la ventana.

No puede controlarse todo; lo pretendemos, porque así creemos eliminar lo azaroso de la vida, pero resulta imposible: es una lección que debemos aprender. Por eso vivimos en una casa que nos protege de las inclemencias del tiempo, sin estar pensando que algún huracán o terremoto la puede destruir.

Hay que prevenir posibles acontecimientos, pero al mismo tiempo vivir con cierta despreocupación. Solo hay que temer al miedo.

Cada noche, antes de adentrarnos en el sueño reparador, podemos rememorar los buenos momentos pasados durante la jornada, pedir que se nos perdone lo que quizá hicimos mal respecto a otras personas y desear que mañana sea un buen día para todos.

Es una manera de tener presente lo bueno de cada día, no dejarse llevar por lo negativo y extender los buenos deseos a los demás.

( Los textos son de autor desconocido, fueron copiados y recontados por Adonis)

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